A los 15 años me di el capricho de ponerme uñas acrílicas. Nunca me había puesto ningún tipo de uñas postizas, ni de gel, ni esmalte, ni siquiera había ido a que me hicieran la manicura y cómo se acercaba mi graduación de la Secundaria pues me di el caprichito.
Muy convencida le conté a mi madre que quería probar como me quedarían unas uñas acrílicas. Ella me sugirió ir a un salón pero muy confiada le dije que no -muy mala decisión-, ya que la tía de mi amiga supuestamente era toda una masters en el arte de la manicura.
Aún recuerdo que se veían gordas, nada naturales, super cuadradas y para acabarla de arruinar, con un manicure francés que se dejó de usar hace años. Salí derrotada y sin ganas de presentarme a la fiesta de graduación. Si te preguntas ¿porque no dije nada?.... la respuesta es simple: por tonta.
Sin embargo, esta anécdota ocasionó mi deseo por aprender manicura, pero luego entré a la preparatoria y trabajaba, seguí con el mismo ritmo en la universidad. Diez años después volví a ponerme y ahora las utilizo por temporadas para evitar que se debiliten, incluso el próximo mes empezarán mis clases de manicura.
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